"Un viaje de diez metros" es una película agradable de ver. Hecha con gusto, cuida los detalles y se centra en ellos para darle un merecido protagonismo. En este caso predominan los planos de los alimentos, de las especias, de los aromas que olemos sin olerlos.
Es una película sin mayores pretensiones que enseñarnos el reto de una familia hindú que tras huir de su pais por culpa de cierto fanatismo político en contra y para ahogar amargos recuerdos se instala primero a las afueras de Londres y luego en un pequeño pueblo perdido de Francia, cerca de la frontera con Suiza. Y no se les ocurre otra cosa que abrir un restaurante de comida india frente a otro de comida tradicional francesa con una estrella Michelin. Es una historia acerca de la tolerancia y de la ausencia de la misma, de la superación personal y laboral. Una historia de amor, amor de un padre por sus hijos, amor fraternal, amor por una madre ausente y siempre presente en el recuerdo de todos, y amor entre dos jóvenes, un amor aparentemente imposible y que no es protagonista de la cinta. El protagonista es la cocina, no una en concreto, la cocina y el arte de cocinar. El disfrute sensorial.
Lasse Hallstrom es uno de esos directores que sabes que te van a dar un buen producto; podrás sintonizar más o menos con la trama, el tratamiento de los personajes, etc, pero normalmente sus cintas están bien hechas. Esta no es una excepción. Los actores no destacan porque el guión no tiene muchas pretensiones, pero es cierto que hay un momento de la cinta en que el protagonista con solo probar un bocado de un plato en concreto da un giro importante a su vida y eso nos lo transmite solo con un gesto, lo cual es mucho. A mi me puso un nudo en la garganta.
Insisto, película entretenida y no por algo previsible deja de ser agradable a la vista... una pena que todavía no existan esos cines futuristas en los que también se huele lo que aparece en pantalla porque, pese a lo dicho al principio, esta peli sería de las que se disfrutarían de manera infinita.
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